Ya estábamos adentro del Estadio León aquel 12 mayo y faltaba todavía una hora para comenzar el encuentro. La Fiera, como todo el mundo sabe, debía remontar un marcador adverso de dos goles a uno. Los nervios, claro está, a flor de piel. Instalados en nuestros asientos, mi suegro, mi futura esposa y mi cuñado observaban la efervescencia del inmueble. Delante de mí, una fila abajo, encontré un amigo del trabajo y nos saludamos efusivamente. Entonces cayó la pregunta.
¿Tú crees que León va a ascender?
Medité unos momentos. Meses antes, ni siquiera esperaba que el equipo llegase a la final. A mi mente vinieron las finales con Irapuato, Dorados, Indios y Necaxa; partidos clave con Puebla, Xolos y otros. Titulares de periódicos de tonalidades como “La afición lista para el ascenso” o “la moneda está en el aire”. Publicidades como “Pinta tu sueño del ascenso con esta marca de pintura”. Así, en medio de ilusión y de decepciones, de torneos grises, de gente de buena fe y poca capacidad, de entrenadores y jugadores de varias nacionalidades y provenientes de diversa ligas fueron transcurriendo, año tras año y de forma implacable, los días que conformaron la década maldita, aquella década con los sellos apocalípticos de Valente Aguirre, Carlos Ahumada y el propio Club León, “que no iba a ascender hasta que él mismo quiera”. Maldiciones que incluso arrastraban a Cruz Azul en primera división y que se suponía la visita reciente del Papa rompería. De teorías conspiratorias, cada cual mejor; incluso aquella de que La Fiera no ascendía porque era más fácil hacer dinero de la afición en segunda.
El tiempo todo lo cura. Y diez años te borran las lágrimas. Al final, había escuchado en ese tiempo una frase que me bastaba para toda situación y ocasión. De un hombre grande de edad, trabajador pero limitado económicamente quizá, serio y de semblante triste. Una señora le hizo un poco de mofa al recordarle una reciente eliminación de La Fiera. Él, estoico, respondió: “Puede reírse todo lo que quiera, señora, pero al León se le apoya aunque juegue en la quinta división”.
Y era verdad. El Club León no es una sociedad deportiva, no pertenece a los aficionados, diciendo ya con el límite de la crudeza. Somos nosotros, los aficionados, los que libre y voluntariamente elegimos dejarle nuestro aliento, soportar sus defectos, cantar sus glorias y llorar sus derrotas. Ya podía La Fiera sufrir el destino de Unión de Curtidores, que aún ahí habría panzas verdes para animar. En aquel momento, tomaba totalmente sentido. El amor voluntario al Club era lo que importaba, lo bueno que pasara llegaría por añadidura. Tenía la esperanza puesta en el ascenso, quería poder jugar con el Club León en el FIFA, que el Club León en Liga MX jugará contra Toluca, recibiera al América, humillara a Guadalajara, entrara como fuera y contra quien fuera a una liguilla por el título. Pero la experiencia decía que era imprevisible lo que el equipo fuese a hacer o sufrir. El ascenso estaba siempre comprometido. Mi respuesta a la pregunta sobre si creía que el Club León lograría el ascenso fue la siguiente.
- «Lo natural, por plantilla y circunstancias del juego, es que se logre el ascenso. Pero ya estoy acostumbrado a que con todo a favor el barco se hunda. Vengo con la esperanza de ver a mi Club León en primera, pero también sin expectativas. Si lo logra, seremos los aficionados más felices de la Tierra, pero si fracasa, el dolor no será intenso: me basta saber que podré seguir viendo a mi equipo allá donde vaya».
He pecado en este artículo al enfocar el 12 de mayo desde la perspectiva de primera persona. Pero tengo mis razones para ello. El Club León registró, en un torneo histórico en cuanto a asistencia global a los estadios, uno de los promedios más bajos de aforo como local. Se han señalado muchas causas: promociones, falta de feeling afición-directiva, estilo de juego. Creo que el fenómeno va más allá: ganamos un bicampeonato y jugamos la Copa Libertadores, nos acostumbramos al caviar. Y entonces, el mejor entrenador de la historia del club se fue al América recién campeón, el primer año de Pizzi fue desastroso y a fines de 2015 Chivas nos ganó la copa en casa y América no apeó de la liguilla también como locales. Entre medio, precios altos en el estadio, playeras con precios oficiales y calidad de tianguis dominguero, abonos a la temporada que terminan siendo más caros que comprar el boleto cada ocho días. Un coctel que ha derivado en una afición aburguesada. Sé que no es el término conceptual e históricamente correcto, pero me parece adecuado. Puebla, cuando peleaba el descenso en la era Chelís, llenaba el estadio. Cuando se asentó en la media tabla, se regularizó la entrada. La falta de emociones, positivas o negativas, alejó la gente del estadio.
Por eso, a tí que lees el presente artículo, no te pregunto ¿En qué momento nos aburguesamos? Sé que tendrás tus motivos. Espero no caigamos en la hipocresía de calificar a los aficionados en categorías que nos creemos con un derecho superior a decidir. No. Se acerca un partido de cuartos de final en el que el que La Fiera, como local, tiene muy cerca avanzar de ronda. Es nuestro equipo que podría estar en quinta y aun así segaríamos dándole voluntariamente nuestro amor. ¡Recuperemos el espíritu del 12 de mayo! ¡Queríamos ver al Club León en primera, jugando una liguilla, haciendo las cosas que hace diez años no! ¿A qué esperamos? Vayamos con ese ánimo: si el 11 de mayo nos dicen que León iba a jugar una liguilla con Morelia lo firmábamos con sangre. Jamás querré que a mi Club le vaya mal: ya le fue todo lo mal posible durante diez años. Que tengamos memoria significará que estaremos ahí el sábado deseando que gane por ser el Club León, no que pierda o lo eliminen por ser dirigido por Tena.